Racer itsasontzi ingelesa bi hilabete lapurtzen Donostian 1813an

Racer itsasontzi ingelesa gutxienez bi hilabete egon zen Donostian 1813an guztia lapurtzen ehun mila aliatuek (espainiarrak, ingelesak eta portugesak) Donostia “liberatu”, lapurtu eta propio erre ostean 1813-8-31n. Genozidio ikaragarria 1.600 donostiar hilik, neska guztiak bortxatuak egunetan, 600 etxe propio kiskalita eta hilabetetan guztia lapurtzen… 1.500 familia donostiarrak kale gorrian duela 200 urte. (Manifestua Donostia 1813-2013)
Racer itsasontzi lapurra Donostia 1813Racer itsasontzi lapurra Donostia 1813. Azkenean 600 etxe propio erre ostean errautsetatik burnia lapurtzen zuten.

Donostia 1813, testigo 29: Don José María de Ezeiza, 32 años, “Que, como el deponente fixó su domicilio en esta Ciudad desde el diez de Septiembre, vio que el quince un Bergantín ynglés de guerra se apoderó de varias anclas y cables pertenecientes a particulares y al Consulado, así como de todas las lanchas del muelle. Que el veinte y quatro del mismo mes vio que la tripulación de una cañonera ynglesa robó balcones de fierro y aun unos candeleros de madera de la parroquia de San Vicente. Que el nombre del Bergantín de guerra es Racer.

Donostia 1813, 79 declaraciones testificales:

Testigo 29: Don José María de Ezeiza, 32 años, vecino y del comercio de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como
sigue:
Al primero, dixo, que se hallaba fuera de la Plaza el día del asalto y vio toda
la acción desde el alto de Puyu y observó que los aliados eran dueños ya de la
Ciudad a las dos de la tarde del treinta y uno de Agosto y que, antes de las quatro,
vio llegar a los últimos campamentos de aquellas inmediaciones soldados cargados
de efectos robados en la Ciudad y siguieron llegando hasta la noche, en la, que
durmió en el caserío de Aroztegui.

Que, a la mañana siguiente, baxó a la Ciudad y notó que seguía aún el
saqueo y reynaba tal licencia en la tropa que él mismo fue acometido varias veces
para robarle y perseguido con bayoneta por un portugués hasta muy cerca del
caserío de Ayete, donde alojaba, el General Graham; que, al acercarse a la Ciudad,
vio salir un montón de familias de ella en tan lastimoso estado que era capaz de
enternecer al corazón más duro, pues casi todos parecían cadáveres, mu- (54) chos
se veían medio desnudos, otros, aunque bien acomodados de fortuna, descalzos y
desarrojados, muchas mugeres, sin pañuelos en los pechos, maltratadas contusas y
heridas; y, de todas éstas, supone que la conducta de los aliados en la noche y
tarde anterior fue la más atroz e inhumana que puede explicarse, pues mataron e
hirieron a muchos y violaron a casi todas las mugeres, sin perdonar a la niñez y a la
ancianidad; que en casa del mismo testigo, número 441, calle de Esterlines,
sucedió el caso más atroz de que podrá haber pocos exemplares en la historia,
pues que, según le aseguraron quatro testigos presenciales, cuya veracidad conoce,
una muchacha de diez y ocho años, de muy buen parecer, que se hallava refugiada
en ella, fue violada en la cocina de la segunda habitación, por un soldado ynglés y
luego fue muerta por el mismo de un balazo; que, moribunda y bañada en sangre,
la pusieron sobre un colchón y, estando en este estado, la quiso gozar otro soldado,
y, tomando una manta y soltados los calzones, se tiró sobre ella, a cuyo tiempo
llegaron otros que le arrancaron de los brazos de la moribunda. Que el deponente,
quando entró en su casa, el día tres, halló el cadáver de esta muchacha en el
almacén, en camisa y cubierto de sangre.

Que dicho día primero, viendo el desenfreno de la tropa en todas las
inmediaciones de la Ciudad, no se atrevió, ni sus compañeros, a quedar a comer en
el caserío de Aroztegui, como lo tenían proyectado, y se retiró a Usurbil.
Que extrañó mucho más el mal trato que los aliados dieron a los habitantes
de San Sebastián al ver las demonstraciones de afectos y benevolencias con que
trataron a los prisioneros franceses.

Que, poco después del asalto, traxeron a las inmediaciones del citaco caserío
entre ellos a un jendarme español, aborrecido por todo San Sebastián, porque
perseguía a sus vecinos por su notoria adhesión a la causa nacional; y que notó con
admiración que no eran tratados con igual miramiento unos voluntarios vizcaynos
del Batallón del mando de don Miguel Artola, quienes fueron hechos prisioneros en
una salida y cogidos por los yngleses en la cárcel, donde se hallaban presos, pues
vio que a uno de ellos, el único que tenía mochila, le (54v) despojaron de quanto
tenía en ella.
Que en el saqueo tubieron parte los empleados en las Brigadas, los asistentes de los oficiales, los soldados de los campamentos inmediatos y hasta los marineros de los transportes, surtos en el Puerto de Pasages.
Al segundo, dixo que ignora el número fixo de heridos y muertos aunque ha
oído nombrar a muchos, y por el pronto recuerda del Presbítero don Domingo de
Goycoechea, estando victoreando a los aliados, de don José Miguel Madra, José
Larrañaga, Felipe Plazaola, Bernardo Campos, Vicente Oyanarte y otras personas
de que no hace memoria; los heridos don Felipe Ventura Moro, Juan Navarro, Pedro
Cipitria, que han muerto a resulta de las heridas, don Claudio Droville, don Pedro
Ygnacio de Olañeta, tesorero, y don Pedro José de Belderrain, regidos actual de la
Ciudad. Y, según notó al tiempo de la salida de la gente del Pueblo, era rara la
muger que no estubiese golpeada y maltratada.
Al tercero, dixo que quando entraron los aliados no había fuego en la Ciudad
y, desde el caserío donde estaban, vio por primera vez el fuego, al anochecer del
día del asalto, azia ecentro de la Ciudad, el qual se fue aumentando durante la
noche y, aunque el deponenete no vio dar fuego a los aliados, en su concepto
fueton ellos los incendiarios, ya porque mucho antes que principiase el fuego los
franceses se habían retirado al castillo, de donde no disparaban, y no habiendo en
el Pueblo más que los aliados, y los habitantes no era regular que éstos incendiasen
sus casas y calles, distintas y separadas, que no se pudieron comunicar
mutuamente el fuego.
Al quarto, dixo que se remite a lo contextuado al capítulo precedente,
añadiendo que, según la vozcomún, usaton mixtos los aliados para incendiar, y lo
que el deponente puede decir que el fuego era de tanta actividad que, habiendo
encontrado al maestro Arregui en el antigua distante un quarto de hora de la
Ciudad, con unos colchones que había sacado de su casa, siguió el testigo (55) a
paso tirado a la Ciudad y, quando llegó, no sólo estaba quemada la casa de Arregui,
sino otras quatro contiguas y la del deponente, que era la quinta, tenía ya fuego
por los altos. Que esto sucedió el tres de Septiembre.
Al quinto dixo que ignoraba su contenido.
Al sexto, dixo que ha oído decir generalmente que muchos eran despojados
a la salida e inmediaciones de la Plaza de los efectos que salvavan y notó que por
este miedo muchos tomaban escolta y que tiene oído a don José Vicente de
Echegaray, de este comercio, le robaron los aliados un relox de oro, que valía
nueve onzas.
Que, al séptimo día después del asalto, unos portugueses que se hallaban
alojados en la casa número 228, que hoy existe, propia de don Ramón de Labroche,
robaron plata labrada y varios cofres, que estaban escondidos en un parage muy
secreto; y sucedió lo mismo en la inmediata casa.
Que, días después de la rendición del castillo, vio a los portugueses, alojados
en la segunda habitación de la casa de Labroche, vio pesar y vender en el almacén
de la misma casa la plata del servicio de la Parroquia de Santa María y, entre ella,
un incejsario.
Que, como el deponente fixó su domicilio en esta Ciudad desde el diez de
Septiembre, vio que el quince un Bergantín ynglés de guerra se apoderó de varias
anclas y cables pertenecientes a particulares y al Consulado, así como de todas las
lanchas del muelle.
Que el veinte y quatro del mismo mes vio que la tripulación de una cañonera
ynglesa robó balcones de fierro y aun unos candeleros de madera de la parroquia
de San Vicente. Que el nombre del Bergantín de guerra es Racer.
Que los órganos de las dos Parroquias fueron destrozados y robados sus
caños y trompetería después de la rendición del castillo, habiendo en ambas
guardia de portugueses con oficiales.
Que aún el diez y ocho de octubre tubo que oficiar el Ayuntamiento con el
General español, comandante de esta Plaza, para que impediese el robo de
balcones que executaban los yngleses.

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